viernes, 5 de agosto de 2011
CORRALITO ESPAÑOL: VIDAS PARALELAS
La situación actual de la economía española es análoga a la de Argentina en las semanas previas a la declaración del “corralito”, el cierre bancario que restringió el acceso de los ciudadanos argentinos a los ahorros depositados en bancos en el año 2001.
En 1992, durante la presidencia del peronista Carlos Saúl Menem, su ultraliberal Ministro de Economía, Sr. Domingo Cavallo, tuvo la genial idea de vincular el tipo de cambio del peso argentino al dólar norteamericano como estrategia para contener la exacerbada inflación argentina (“Ley de Convertibilidad”). No era una idea nueva: se traba de anclar el peso al dólar de modo que sólo se imprimirían tantos pesos como dólares hubiera en el Banco Central, de modo que estos sirvieran de respaldo a aquellos. Monetarismo puro. A partir de ese momento 1 peso valdría 1 dólar. El Banco Central lo garantizaba con sus reservas en dólares: entregaría 1 dólar a cualquier ciudadano que se presentase en ventanilla con 1 peso en la mano.
En un primer momento aquello funcionó bien: los ciudadanos argentinos recuperaron la confianza en el peso, convencidos de que detrás de cada billete de 1 peso había un billete de un dólar. Se eliminaron las presiones especulativas al desaparecer la posibilidad de devaluar la moneda, y la inflación se redujo considerablemente. Los tipos de interés bajaron significativamente y la prosperidad parecía volver a sonreír a la maltratada nación argentina: y todo gracias al tipo de cambio fijo peso/dólar.
¿Les suena la historia? Basta con sustituir la palabra “peso” por “peseta” y “dólar” por “euro”. Y donde dice “1 peso = 1 dólar” ponga “1 euro = 166´386 pesetas”.
Incluso el ministro Cavallo se permitió ironizar sobre las economías europeas en vísperas de la creación del euro: Argentina con un déficit público y una inflación históricamente bajas, cumplía a la perfección los criterios de Maastricht (¿recuerdan Maastricht?), cosa que no se podía decir de todos los aspirantes al euro.
Pero la receta monetarista del tipo de cambio fijo llevaba en su seno la semilla de su propia destrucción: Argentina era incapaz de elevar su productividad a la par que sus socios comerciales y, ante la imposibilidad de devaluar la moneda (1 eso siempre valía un dólar) los productos argentinos eran cada vez más caros, cada vez menos competitivos, cada vez más difíciles de exportar. El endeudamiento de las familias crecía, el déficit externo se ampliaba y las reservas en dólares se reducían. Al final había muchos pesos circulando y poco dólares en caja: el mal funcionamiento de la economía, la incapacidad para elevar la productividad rompieron la ilusión de que 1 peso valía realmente 1 dólar. Porque la productividad dependía del esfuerzo inversor, en tecnología y en Educación, y eso es algo que el mercado no resuelve por sí solo.
El país entró en crisis y cada vez se recaudaban menos impuestos: el déficit público comenzó a crecer y el público temió que el Gobierno devaluase la moneda o incautase los ahorros para pagar la deuda pública.
Se inició entonces una “sequía monetaria”: cada vez había menos pesos y menos dólares en circulación, como si alguien los estuviese quemando. Y a la implosión monetaria le siguió la implosión de la economía real.
El resto de la historia se la pueden imaginar: la gente, presa del pánico, se lanzó a los bancos a retirar sus ahorros; los que tenían depósitos en dólares querían dólares, los que tenían depósitos en pesos querían cambiarlos por dólares. Pero dólares no había: el país no exportaba, el país no ingresaba dólares. A ello hay que sumar ciertas prácticas corruptas por parte de los bancos, que con alevosía y nocturnidad, vaciaron las cajas y mandaron los dólares a buen recaudo a la vecina Uruguay.
En 2001, el sistema se vino definitivamente abajo y el Gobierno tuvo que imponer restricciones a los ciudadanos y empresas en el acceso a sus propios ahorros: el famoso “corralito”.
La crisis se acrecentó: el dinero, simplemente desapareció. Sin dinero el comercio se hizo más difícil, se oxidó como un motor sin aceite. Las suspensiones de pagos se sucedieron en cadena. Incluso los gobiernos municipales y provinciales entraron en mora. Algunos crearon una moneda provisional (los “patacones”) y proliferaron mercadillos en los que se volvía a practicar el trueque. El lado más dramático fue la reaparición del hambre y la estratosférica elevación de la mortandad infantil. ¿Quién ha pagado por tales crímenes?
¿Y todo por qué? Por el capricho burgués de tratar lograr atajar la inflación y conquistar la prosperidad atando la moneda nacional a una moneda extranjera, cediendo la soberanía monetaria.
¿Quién pagó el pato? ¿El presidente Menem? ¿El Ministro Cavallo? Por supuesto que no; pagó el último tonto que pasaba por allí: el Presidente Fernando de la Rúa (por aquel entonces suegro de Shakira, la cantante), que tuvo que huir de la residencia presidencial (la Casa Rosada) en helicóptero, apedreado por los indignados argentinos. Y aquí ha pasado igual: Aznar nos metió en el euro, y Zapatero ha jugado el papel del presidente De la Rúa.
La reciente historia europea es muy similar: creación de un tipo de cambio fijo y cesión de la soberanía monetaria a una entidad ajena a nuestros intereses. A partir de ahí entramos en una burbuja especulativa y nos dedicamos a fabricar viviendas, descuidando la evolución de nuestra productividad y de nuestra competividad. E igual que en Argentina, mientras el crédito crecía y el dinero fluía a las arcas del Estado nos olvidamos de que nuestro déficit exterior era cada vez mayor, y que el equilibrio presupuestario era endeble e inestable como un castillo de naipes. Los duplex generan empleo, pero no se pueden exportar: es dinero muerto en forma de ladrillo.
Y ha empezado a desaparecer: igual que en Argentina. Concretamente desde 2009 el crédito en España o crece a tasas negativas o lo hace por debajo de la inflación: en términos reales cada vez hay menos dinero en circulación. Los problemas de las Cajas (CAM, CajaSur, CCM), o los impagos de ayuntamientos como el de Moratalla, son simplemente los flecos de la que se nos viene encima, como esos pequeños iceberg que aparecen flotando en el Atlántico anunciando que algo nefasto pasa en el Polo Norte.
Todo parece haberse precipitado esta semana. Los especuladores se han cebado con los mercados financieros españoles: han vendido bonos y acciones españolas y han hundido la bolsa y elevado peligrosamente nuestra prima de riesgo. Los especuladores, como ya sucediera en Argentina, han llegado a la conclusión de que nuestro Gobierno no tiene la situación bajo control y de que no podrá pagar su deuda y por eso se deshacen de activos españoles o exigen mayores tipos por mantenerlos en su poder. El proceso se retroalimenta; el miedo genera más miedo, y los mayores tipos de interés aumentan el riesgo de insolvencia gubernamental porque la factura de la deuda se eleva… y ante ese mayor riesgo los especuladores vuelven a pedir mayores intereses.
Una espiral así sólo puede detenerla alguien con autoridad suficiente. Nosotros ya no la tenemos: la cedimos imprudentemente al BCE mediante el pacto PP – PSOE que nos introdujo en la cloaca del euro. Quemar derechos laborales en el altar del Mercado no sirve para nada, salvo para empobrecer a los trabajadores y ponerlos a los pies de los caballos. Cedimos nuestra autoridad al BCE y es él quien puede parra esto imprimiendo suficiente billetes de 500 euros y entregándolos “en mano” a los Gobiernos afectados para que no tengan que emitir deuda pública durante una temporada. Dinero en mano: nada de comprar deuda vieja en los mercados secundarios para refrescar aún más las carteras de los inquietos especuladores. Dinero en mano para pagar nóminas y acreedores.
Pero el BCE es una máquina burguesa empeñada en salvar la banca y el euro, no en salvar a los ciudadanos. Es un organismo dirigido por ex – banqueros que no han tenido que presentarse a ningunas elecciones y a los que el bienestar ciudadano les importa un bledo. Muchos de ellos o provienen de grandes bancos privados o acabarán en ellos una vez que finalice su mandato en el BCE. Y quien paga manda. Y a los gestores de nuestra política monetaria les paga el capital.
Y a partir de ahí lo que conviene es promover la verdaderas reformas que necesita este país: una reforma fiscal que incentive el trabajo y penalice la especulación (bursátil, urbanística….), una reforma mercantil que prohíba a los especuladores sentarse en los Consejos de Administración de las empresas españolas, una banca pública que promueva el crédito entre las familias y los sectores productivos, no es tan difícil…. Pero los que nos gobiernan y los que aspiran a sucederles son rehenes del pensamiento burgués… pura prostitución política. ¿Dónde trabaja ahora Aznar? ¿Y Felipe González? ¿Dónde trabajará mañana Zapatero? ¿Dónde? ¿Para quién? Ya se sabe: el dinero es la mejor vaselina.
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