Aunque al economista Richard Cantillón (1680 – 1734) se le
recuerda principalmente por las circunstancias luctuosas de su muerte (fue
asesinado y su casa incendiada para ocultar el homicidio), hizo una aportación
básica en la Historia del Pensamiento Económico, a saber: que el efecto de un
aumento de la cantidad de dinero en la economía depende del “modo” en que este
aumento tiene lugar, depende de cómo y a quién se haga llegar ese dinero
adicional.
Cantillón estaba en lo cierto y la historia reciente le da la
razón.
El Banco Central Europeo ha practicado una política monetaria
expansiva desde septiembre de 2008 (quiebra de Lehman Brothers) con grandes
inyecciones de dinero barato vía préstamos a la banca privada europea. En enero
de 2013 el BCE batió el record de dinero prestado: más de 907.000 millones de
euros a tipos inferiores 0´25%. En el caso de la banca española, el récord de préstamos
solicitados al BCE se registró en agosto de 2012: casi 389.000 millones de
euros, más de un tercio de nuestro PIB… de los que actualmente aún se deben
casi 155.000 millones.
Y sin embargo esta política de dinero abundante y barato
lejos contribuir a la recuperación de la economía europea, nos aboca a una
tercera recesión. La razón radica en el modo elegido para su instrumentación:
utilizar la banca privada como intermediario en la ejecución de la política
monetaria.
Craso error: como un oso que acumula alimentos antes de
hibernar a la espera de la primavera, la banca privada acumula dinero barato,
pero no lo presta, a la espera de que vuelva los buenos tiempos. Pero con esa
actitud sólo consigue deprimir más la economía y que sean cada vez más las familias
incapaces de hacer frente a sus deudas: por eso la tasa de morosidad supera ya el
13%, y no cede pese a los anuncios de recuperación que propaga el Gobierno. La
realidad es que a pesar de los ingentes recursos recibidos, el crédito a
familias y empresas lleva 58 meses contrayéndose: al no prestar, la banca
privada impide que la actividad económica despegue y es causante de más
morosidad. Un círculo vicio que sólo pueden romper los poderes públicos con una
política económica expansiva en los ámbitos fiscal y monetario.
¿Podía haberse hecho las cosas de otra manera?
Desde luego, aunque todas las alternativas chocaban con la
línea de flotación del pensamiento neoliberal que domina las instituciones
europeas.
En primer lugar podría haberse establecido cierta
condicionalidad al dinero barato del BCE: exigir a los bancos prestatarios el
cumplimiento de ciertas metas de crecimiento del crédito a familias y hogares. Y
poner límites a los tipos de interés por operaciones de crédito al consumo y por
la utilización de tarjetas de crédito. Además, hubiera sido muy efectivo
utilizar el sistema de banca pública para canalizar el dinero a los ciudadanos.
En particular hubiera sido muy útil utilizar la red capilar de oficinas de las
cajas de ahorro para ese empeño. Pero España ha hecho todo lo contrario: desde
los años 90 se embarcó en una irresponsable carrera por privatizar la banca
pública (Caja Postal, Banco Exterior, Banco de Crédito Local, etc) y las cajas
de ahorro han sido transformadas a la fuerza en bancos privados para regocijo
de los grandes banqueros de siempre.
En segundo lugar, debería haberse inyectado parte de se
dinero en las Administraciones Públicas a tipo de interés cero, facilitando
políticas keynesianas y ahuyentando a los especuladores que se ceban con la
prima de riesgo. Si hay dinero al 0% de interés para la banca privada, ¿por qué
no puede haberlo para los gobiernos de España o Grecia? Antes de la crisis el
15% del déficit obedecía al pago de intereses de la deuda pública, hoy supera
el 55%. La especulación nos cuesta dinero a los contribuyentes y a los usuarios
de los servicios públicos: el BCE podía haberla evitado prestando a los
gobiernos para que estos no hubieran tenido que acudir a unos mercados
dominados por los especuladores. Además, una parte sustancial del déficit tiene
carácter coyuntural o cíclico: se debe a que la economía está funcionando por
debajo de sus niveles “normales”, y por tanto los ingresos fiscales también son
muy inferiores a los que corresponde a un nivel de pleno empleo. Una política
expansiva que reactive la economía generaría recursos tributarios suficientes
para reducir de un plumazo el déficit público en 3´8 puntos del PIB. Habríamos
evitado los conocidos recortes presupuestarios que no sólo han deteriorado los
servicios públicos sino que han contribuido a prolongar la crisis económica al
deprimir la demanda agregada.
En tercer lugar debería haberse instrumentado un plan de rescate
a las familias: el elevado endeudamiento de los hogares pesa como una losa sobre
el consumo y lastra la recuperación económica. Dicho endeudamiento puede
reducirse con la creación de un fondo para facilitar una moratoria a las
familias incapaces de hacer frente a sus monstruosas hipotecas. Habrían bastado
unos 45.000 millones de euros: apenas el 12% del dinero prestado a la banca. Y
también hubiera sido oportuno incorporar un plan fiscal para la quita parcial
de la deuda de los hogares a costa de los balances de la banca: esas deudas
nunca debieron contraerse porque son resultado de la especulación inmobiliaria
que elevó artificialmente el precio de las viviendas, y no es justo ni
eficiente que se paguen en su totalidad. Habríamos evitado desahucios, el menor
endeudamiento habría dinamizado el consumo y, a la postre, hasta la banca se
había beneficiado de esta política porque todo ese dinero habría fluido por el
circuito bancario.
Pero para desgracia nuestra el dogmatismo de quienes nos
gobiernan impide implementar soluciones creativas en materia de política
económica.
P.D.: hoy conocemos la obra de Cantillón gracias a los
esfuerzos de otro brillante economista británico, Stanley Jevons (1835 – 1882),
también fallecido a la temprana edad de 47 años ahogado a causa de una
indigestión en las plácidas aguas de un balneario.
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