Las
noticias relacionadas con el trato privilegiado que recibe el gobierno alemán
de manos de BCE no para de sorprenderme. En marzo de 2015, con mucho retraso,
el BCE puso en marcha un programa de compra de deuda pública en los mercados
secundarios: imprimir dinero para sostener la cotización de los bonos
nacionales y evitar que la prima de riesgo se dispare. Es lo que llamamos
“Quantitative Easing”: cuando el nerviosismo cunde en los mercados el BCE acude
con dinero fresco y compra bonos “de segunda mano” evitando que su cotización
caiga. Digo “con mucho retraso” porque la Reserva Federal estadounidense (FED)
ya la puso en marcha en 2009, al poco de iniciarse la crisis. Europa, instalada
en la absurda ortodoxia neoliberal, se ha estado “haciendo la sueca” durante
este tiempo, un precioso tiempo perdido. Pero además lo hemos hecho mal, tanto
por su importe como por los destinatarios elegidos. La FED ha movilizado ya un
total de 3´1 billones de euros; el BCE sólo 0´25 billones. Pero lo más grave es
que Alemania es la que se lleva la mayor tajada: el BCE lleva gastado 58.307
millones de euros (el 26% del programa) ¡en bonos alemanes! Durante las
turbulencias de julio asociadas al referéndum griego Alemania volvió a ser la
primera receptora de esta ayuda del BCE, que compró 11.975 millones de euros en
bonos alemanes. Eso da mucho que pensar: si la economía alemana está tan
saneada ¿qué necesidad tiene de ese apoyo multimillonario por parte del BCE? Y
si el BCE invierte en bonos alemanes ¿qué queda para los países acosados por
los especuladores? Un detalle: la inversión del BCE en bonos de Grecia es
exactamente 0 euros. No es de extrañar que la crisis esté durando tanto: se lo
debemos al apego a la ortodoxia y al comportamiento dictatorial del BCE.
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