Este
25 de enero se cumple el primer aniversario de la histórica victoria de Syriza,
la amplia coalición de la izquierda griega, en las elecciones generales. Al día
siguiente, el candidato de la coalición (Alexis Tsipras) juraba el cargo de
Primer Ministro y formaba un gabinete progresista en el que daba entrada al
carismático y prestigioso economista Yanis Varufakis.
La
victoria de Syriza, ampliamente celebrada en Europa por organizaciones
políticas, sindicales y sociales pertenecientes al ámbito de la izquierda
transformadora” (entendida ésta como la izquierda no socialdemócrata o no
incrustada en el establishment capitalista), devino pronto en una rocambolesca
historia de desencuentros y decisiones absurdas, en la fractura interna de la
coalición y en el abandono de los fundamentos programáticos con los que la
coalición había ganado el apoyo de los electores (el conocido como “Programa de
Salónica”).
Recordemos
que el “Programa Salónica” propugnaba “cancelar la mayor parte del valor
nominal de la deuda pública para que sea sostenible en el contexto de una «Conferencia europea de la deuda»…
Incluir una «cláusula de crecimiento» en el pago de la parte restante de la
deuda, de modo que sea financiada en base al crecimiento y no el presupuesto.
Incluir un período significativo de gracia («moratoria») en el servicio de la
deuda para dedicar fondos al crecimiento. Excluir la inversión pública de las
restricciones del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Un «New Deal europeo» de inversión
pública financiada por el Banco Europeo de Inversiones. Flexibilización
cuantitativa del Banco Central Europeo con compra directa de bonos soberanos”. En
definitiva, se trataba de un programa progresista y bastante innovador visto
con amplias simpatías por la izquierda europea.
Tras
un primer momento de valiente y legítima confrontación en la que el gobierno de
Tsipras esgrimió el “Programa de Salónica” frente a las exigencias neoliberales
de la Comisión Europea (Varufakis llegó incluso a negar capacidad de interlocución
a la “troika”); el gobierno de Syriza se embarcó en una estrategia absurda.
Incomprensiblemente convocó para 5 de julio de 2015 un referéndum pidiendo el
“No” a las políticas de austeridad negociadas entre la “troika” y el anterior
gobierno. ¿Qué necesidad había de celebrar un referéndum anti – austeridad
cuando Syriza ya había recibido un mandato claro en las urnas para poner fin a
tales políticas? ¿Quizá cargarse de razones para endurecer su posición
negociadora frente a la “troika”?. Puede ser. El caso es que el gobierno de
Syriza ganó el referéndum y, paradójicamente, Tsipras optó por expulsar al
carismático Varufakis del Gobierno griego el 6 de julio y lo sustituyó por el
economista Euclides Tsakalotos, u intelectual de aureola radical que, una vez nombrado
ministro, incomprensiblemente se encargaría de sepultar el “Programa de
Salónica” y negociar con la (innombrable) “troika” un “Memorándum de Entendimiento”
(MoU) el 19 de agosto de ese mismo año. Recordemos que el MoU no es más que la
prórroga del plan de rescate basado en políticas de austeridad firmado por el
líder del PASOK en 2012.
En
resumidas cuentas, la esperanzadora victoria de Syriza se transformó en uno de
los mayores fiascos de la izquierda europea, proyectando un halo de frustración
que todavía pervive entre quienes se atreven a enarbolar la bandera de la “izquierda
transformadora”.
Hay
una enseñanza adicional. La experiencia de Syriza ha demostrado que el euro es
mucho más que una moneda: es una herramienta de control político y financiero.
Y ha quedado demostrado que es una irresponsabilidad acceder al gobierno sin
haber resuelto con seriedad la posición del partido aspirante al poder frente a
esa moneda única. Euro y austeridad van de la mano: no es posible poner fin a
las políticas de austeridad sin abandonar el euro. Y no sólo porque quienes
gobiernan el euro (BCE) pueden imponer una crisis de liquidez (un “corralito”,
como de hecho sucedió) a los gobiernos díscolos que pretenden apartarse de la austeridad
neoliberal, doblegando con ello a una opinión pública con débil formación
política y democrática. Es que, incluso en el mejor de los casos y con buena
voluntad, no se puede implementar una política fiscal expansiva cuando se
carece de autonomía en el ámbito de la política monetaria para financiar esa
expansión. Syriza llegó al poder sin haber resuelto ese dilema y pagó las
consecuencias, del mismo modo que en cualquier otro país, también España, le
puede suceder a cualquier fuerza progresista: sin autonomía monetaria un
gobierno es poco más que un mero gestor de políticas de austeridad, condenado a
recortar gasto público.
¿Qué
ha dado de sí este año de postración ante la “troika”?
Como
cabía esperar el recetario neoliberal asumido por Tsipras en el “MoU” (recordemos
que no es más que la continuación del “Programa de Ajuste Económico” pactado
por Papandreu en 2012), sólo ha servido para elevar aún más el insoportable
nivel de endeudamiento del país (debido a los estratosféricos préstamos que se
solicitaron para recatar a la banca griega); y lejos de lograr mejoras
macroeconómicas (crecimiento del PIB, reducción del desempleo) todo ha dido a
peor, tal y como se muestra en los datos del Cuadro
1.
En
2015, el primer año de Tsipras, el PIB heleno decreció un -1,4%, para 2016 se
espera una contracción similar (-1,3%) y, si el escenario internacional no continúa
deteriorándose, por fin en 2017 el PIB registraría crecimiento positivo. Todo
puede ir aún a peor si la crisis de las finanzas chinas se traduce en una
recesión global. Correlativamente el nivel de desempleo se ha estancado en
niveles indecentemente elevados y se espera que continúe por encima del 24% de
la población activa incluso en 2017. Otro tanto ha sucedido con el nivel de
pobreza: con la gestión de Tsipras el 36% de los griegos están amenazados por
la pobreza, el mismo registro que con gobiernos de derechas y socialdemócratas
que le precedieron.
Como
hemos indicado el yugo de la deuda (ya sea medido en proporción al PIB o en
términos nominales) ha crecido de forma importante durante el primer año de
mandato de Tsipras: concretamente en 20.200 millones de euros adicionales,
equivalentes al 16,2% del PIB. Y de hecho, en términos nominales se espera que
la deuda pública siga creciendo en 2016 y 2017: 6.000 y 4.600 millones de euros
respectivamente. No ha habido ni auditoría de deuda ni gaitas. Y por supuesto queda
pendiente el examen de los sospechosos procesos de privatización de empresas
públicas (el “Programa de Salónica” prometía anularlos) que en numerosos casos
han beneficiado a empresas alemanas.
En
definitiva un balance decepcionante para el primer año de gobierno de Syriza y
malas expectativas para los venideros. Quien se aferra al euro se aferra a toda
la carga ideológica que conlleva, particularmente en materia de política
económica.
Cuadro 1
Previsiones económicas de Grecia
|
||||
|
2014
|
2015
|
2016
|
2017
|
PIB
|
0,7%
|
-1,4%
|
-1,3%
|
2,7%
|
Paro
|
26,5%
|
25,7%
|
25,8%
|
24,4%
|
Déficit
|
-3,6%
|
-4,6%
|
-3,6%
|
-2,2%
|
Deuda (% del PIB)
|
178,6%
|
194,8%
|
199,7%
|
195,6%
|
Deuda (miles de millones)
|
317,1
|
337,3
|
343,3
|
347,9
|
Fuente: Ameco Database
(Comisión Europea)
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